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lunes, 11 de febrero de 2008

Cuentito de un Hueco

Érase una vez un Hueco, no de esos que hay el piso o un árbol sino uno de carne y hueso. Este solía llamarse humano, así como los que suelen hacer compras en los supermercados, que van a la universidades, usan los colores de moda, bermudas a cuadritos, aros por todas partes, comen pizzas y toman “coca”; así como los que tienen silencios dentro de su mente y por supuesto, de su alma. Un humano como alguien, ¡No como yo, sí como él!
Esta historia tiene mucho que ver con ese amor que es el mejor porque nunca pudo ser. Los romances que alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al resentimiento, a la paciencia, a un Hueco vacío. Ahí la razón de quedarme con los amores incompletos que siempre serán capullos, siempre serán pasión. Y por un momento quitan la maldad de nosotros.

Sólo necesitaba tiempo para recorrer el laberinto de tu estúpida vanidad. Hasta pensé que podríamos llevarnos bien, así como si esa fuera una necesidad.
Debiste saberlo: si me atacabas me lastimarías. Lo recuerdo muy bien. En el momento justo en el que hiciste un Hueco en vos como a propósito no quise entrar. Y cuando me abrí yo, te complicaste horrible.
No entendimos nada: lo que dijiste, lo que lloré, lo que callamos; nada se pudo entender ni siquiera el vacío que estuvo siempre presente. Fue tan extraño lo que nos pasó, sin embargo, ahí estuvimos: reclamándonos. En vano fueron las promesas de escucharnos, de asegurarnos no criticarnos más, de tratarnos mejor.
No dudes de que haré mía tu respuesta (no se me ocurren nuevos versos en estos últimos tiempos). La respuesta que me diste antes de confundirme aún más: “Fuiste la primera en hacerme cosas como esta”. Pero como todo, será un ajuste de cuentas.
Lograste hacerme sentir realmente mal. Mi agridulce venganza será entonces hacerte sentir igual. No lo subestimes, será más pronto de lo que imagines.

El hueco escuchaba en las voces de la masa su salida de la mediocridad.
El hueco no entendía de metáforas, frivolidad y de monotonía.
El hueco, aunque tenía muchos espejos en su casa, jamás llegó a comprender cual era la función de ese objeto que reflejaba siempre el vacío cuando él se posaba delante.
El hueco tenía mucho que ver conmigo, por una decisión más que propia.







Pregunta: ¿Qué tendrá que ver el Negro Dolina con una canción de Miranda!?
Respuesta: Más que inspiradores del texto anterior. Mezcla bastante particular hasta se podría decirse, inusual. ¿Porqué no? Todo tiene que ver con todo.

1 comentarios:

Caro dijo...

holis Ita!bueno amiguita espero que el hueco no sea más que un recuerdo...
te quiero niña. Seguì escribiendo reflexiones, como esas que solo salen en tardes de teres y cuentos. besitos ...
Yo carito