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lunes, 31 de diciembre de 2012

2013 versiones para poder encontrarnos





Eran necesarios: las velas en las tortas, los palitos en las paredes, los tachones en el almanaque. Nos ayudan a los más distraídos a no olvidarnos de que nos encontrábamos atravesando años y que eso -de muchas maneras- era significativo. En estos tiempos, volvemos a pasarle un trapo a los años que ya se nos van; pero se nos esconden debajo de las alfombras, solamente para poder aparecer cuando se les cante o cuando nosotros decidamos limpiar un poco de lo que fuimos.

Año 2012 me contaste nuevos cuentos, la mayoría eran reciclados de ayer.   ¡Pero qué más da si hablan tan bien de lo que fuimos! Y volvimos a re utilizar viejos dichos, estrategias, sentimientos. Volvimos a viejos amores, pasiones y ya no paramos de contar nunca más.

En tus días año viejo aprendí que muchas veces ‘somos’ para la foto. Somos jipis, pop, rockeros, ganadores, solidarios, altos, esbeltos, carilindos, comprensivos, humanos solamente para la foto. Y de lo que verdaderamente habíamos sido: ‘Bien, gracias’.

Asimismo, aprendí que ha pasado un año nuevo - que ahora ya es viejo- y que seguimos buscándonos y encontrándonos. Y eso es reconfortante, el encontrarnos para sentirnos como somos cuando estamos con el otro. Porque no me vine hasta acá para no encontrarme esos minutos con vos que son los que (nos) forman nuestra historia. Este año que se nos viene, no tengo más ganas de escuchar “¿sólo para eso te viniste hasta acá?”  Si, porque eso nos hace lo que somos, el otro y encontrarnos. Y es por eso que vale tanto la pena marcar un número y preguntarnos como estamos.

Y fue en este año, que se presentó haciendo ruido, y hoy se retira cansado, cansado de andar. Pero completo, vivido, andado, sentido. Y es que ahora como suele suceder en estos tiempos, me gustaría repasarte, solo un poco y para seguir perdiéndome con la costumbre.
- Año en el que volví a sentir, a producir. Año en el que sigo volviendo a ti, Destino. Regresando hasta ese lugar donde se encuentran las ollas de oro: al final de los textos, al final de mis palabras que siempre son comienzos, comienzos de los destinos.
- Año en que me ha asqueado mi exceso de protocolo. Es que me había tragado todas las mentitas viejas que tenía. Desde ahí ya no las necesite. Mi aliento era fresco, ya no teníamos remordimientos.
- Año en que encontramos apoyo y volvimos a creer en nosotros mismos, y en muchos de aquellos que habíamos dejado de creer. ¡Que más podemos pedir! Año en que siempre te necesite entre mis días. Siempre.
- Año en el que la soledad nos hizo dialogar con nuestros propios fantasmas. Esos de los cuales habíamos olvidado que existían y de esos que aparecen cuando llega la abstinencia.
- Año en que fuiste el mate amargo de mis mañanas, algunas frías, otras sola pero todas despierta.
- Año en el que comprendí que las historias y los planes de amor son como moños: se cruzan, se atan, y en final de su producción son hermosos. Pero siempre recordemos que con un simple tirón de cualquiera de los dos (o tres, o cuatro) lados, se desarma. Y todo vuelve a empezar. Y eso nos encanta. Y eso me encanta de vos.
- Año en que descubrimos el show tramado por el otro para mostrarse como es. Y no habíamos entendido nada, y siempre lo veíamos en espejos rotos.
- Año en el cual hemos confesado y mentido más de nuestras pretensiones sentidos y sentimientos. Pero habíamos creído más de lo que (le) queríamos al otro. Y no tuvo más sentido continuar hacia la distancia. Si estabas ahí entre mis días desde que nos permitimos entrar.
- Año en que nos desilusionamos porque las cosas no se mueven como nosotros queremos. Y nos despertamos desnudos y en el medio de la ciudad. Y nos despertamos desnudos y con ganas de vernos y no había nadie.
- Año en que nos dimos cuenta lo felices que somos en lo cotidiano. Cuantas manías inexplicables tiene el otro y lo grandes que estamos nosotros para no darnos cuenta que también las tenemos.
- Año en el que volvimos a valorar el encuentro con el otro.
- Año en el que seguimos sumando canciones que nos hablan de años anteriores y de este año que tanto se hizo vivir. Las canciones fueron malas, de moda, y algunas otras muy buenas y memorables. Pero me gustaría decirles, todas fueron igual de sentidas.

2012, me había propuesto más de lo que tus días me permitían y te abandone mareada entre mis metas. Me había olvidado: aún conservaba mentitas vencidas de años anteriores.

Así es que pongo un compilado para cerrar este 2012 que se me fue entre las ganas de verte y las ganas de encontrarnos, que exactamente no es lo mismo. Nos vemos con suerte desde lejos, de veces y en cuandos. Pero el encontrarnos es siempre más difícil; por eso alzo las copas -todas las que tengo a mi alcance- para que este año nuevo podamos encontrarnos aún más: con él y ella, entre nos, pero fundamentalmente con nosotros mismos.
Celebrar el hecho tan simple en su complejidad de habernos conocido, y cuánto nos duele dejarnos, y cuánto de felicidad tiene todo esto.
Brindo también por un año que nos siga haciendo aprender las mismas cosas que ya pensamos que habíamos aprendido el año que se nos pasó.
Por un año en que no nos preocupe tanto ser suyos y de otros, sino en el cual podamos embarcarnos verdaderamente en viajes de nuestros propios placeres con el otro.

¡Amigos: Por un nuevo año, mejor, siempre mejor, y siempre nuestro! ¡Por 2013 versiones para poder encontrarnos! ¡Paz!

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sobre lo poco que se de vos




Me había levantado más temprano de lo que recordábamos nos podíamos despertar. Es que ya no podía dormir. No dejaba de pensarte. Quería saber por qué lo hacía, por qué estabas ahí entre mis pensamientos, mis proyectos, mis idas y mis vueltas (que eran míos y vos andabas ocupando espacios entre ellos) Y se que aquí era una manía absurda: siempre tenía y pretendía (me empecinaba) en saber los porqués.

No lo entendía: ahí estabas. Pero lo que recordaba de vos era tan poco. Tenía que hacerlo a partir de los recortes que res/guardaba debajo de mi almohada. La tarea me resultaba algo así como compleja, tanto que sólo llegaba a encontrar algunas piezas que me confundían aún más: “recordar que no tenemos nada que ver”, “no olvidarme de que ronca”, “cómo dejar de lado los besos” y la imagen de tu sonrisa inolvidable.

Ahí estábamos arriba de nosotros mismos: nos miramos, nos olfateamos, nos deseamos. ¿Soy yo cuando estoy con vos? ¿Más de mí misma? ¿Hasta donde nos perdemos en lo que no somos pero fuimos? ¿Dejamos de ser para ser otros mientras que recordamos los otros que fuimos?

Exclusivamente sobre nosotros (sí, nosotros):
Puse a lavar la ropa. Necesitaba olvidarte. Me preparé un mate, me senté frente al teclado. Necesitaba decirte.
¡Igual, no ibas a escuchar! ¡Igual, no ibas a leer!
No importaba. Era esto de volver inmemorial lo que te negás a llamar ‘nosotros’.
¿Qué más da eso si cada vez que pretendemos decir adiós no nos dejamos ir? Y cuando ya no estamos ¿dónde guardamos al otro? ¿Dónde guardamos lo que no puede ser? ¿Dónde escondemos nuestras diferencias, nuestro deseo, nuestros silencios, nuestras penas y alegrías?

Sabía que estaba siendo necesariamente idiota. Necesitaba ser una idiota para (re) volver una historia que la tenía perfectamente definida. Pero vos te me atravesaste y no me dejaste ni poder pensar en cómo mentir un no: un no quiero. Vos estabas ahí como ayer con tus luminosos ojos y apenas me atrevía a ver entre tu sonrisa y tus besos mi deseo indecible de volverte a ver.

Era nuestra historia, sí nuestra. A la cual se le había salido la cadena antes de comenzar a andar. Y cuando queríamos echarnos a pedalear nos lastimaba las piernas que nos imposibilitaba por largo rato poder seguir andando por estas calles que nos suelen cruzar entre una vez y un cuanto, y que nos hace caernos en las veredas mal trechas de nuestros deseos.

Empezaba a llover. Arrastramos la bici e igual nos empecinamos en caminar tomados de la mano. Es que fue así: pudimos ser siempre bajo la lluvia, sólo bajo de ella.

Lo que pasa es que nosotros no entendemos del frío. La temperatura bajaba y no nos hacía mal. Lo que sucede es que no sabemos ver el frío. No sabemos manejarlo, controlarlo. Y cuando hace frío nos volvemos más susceptibles, más un tanto idiotas, un tanto perdidos.

Y te abrazaba empecinada en que hacía el frío de ayer, pensando en que podría ser como antes cuando ya no nos acordamos. Y te aseguraba en que todo podría ser igual mientras te contaba mis proyectos y yo como suele suceder, no entendía nada. Y vos nos proyectabas y yo no estaba ahí porque aunque te empecines en decir que sí, siempre estuve en otro lado en tus días.

Bajo la lluvia fue todo más fácil. Fue todo posible: los planes, las ideas y los sentimientos. Luego despertamos y mareados por todo lo que no pudo ser, decidimos alejarnos (decidiste, aunque la que me había ido era yo). Me había ido antes de que me olvides.

Quizá pasará el tiempo cuando no nos volvamos a reconocer salvo hasta cuando nuevamente haga puntitas de pie para alcanzarte y cruzar nuestras miradas y todo vuelva a se posible entre nosotros (sí, entre nosotros porque para mí no había nadie más). Y no vamos a entender qué significa lastimarse y qué paso ayer porque lo único que tiene valor es el (re) encontrarse.
¿Qué más da la distancia y las diferencias si nos hemos cruzado y nos hemos mirado? ¿Qué más da si todo lo que hemos sentido está por sobre lo que no hemos dicho... por sobre lo poco que se de vos?

Las canciones ya no eran tantas. Y así como los  primeros besos son riquísimos, luego el foco de atención se va para otros lados. Y nos perdimos, nos fuimos, te fuiste, decidiste irte cuando se interpuso mi jipismo desactualizado y tu fidelidad en formol.

Pongo a lavar la ropa, mojada de vos. Me alejo del teclado. Seguramente estoy diciendo (te) más de lo que podemos escuchar.



jueves, 29 de noviembre de 2012

Chica pusch-up


Y entreverada por lugares que nada tienen que ver con nada, te das cuenta que ya estás aún en otro lado cuando tu ropa “de boliche” no varía de tu atuendo social cotidiano. Y no hay push-up que te entre ni tanguita que tengas ganas de sufrir. De eso no queda nada, y el resto está más bien a la vista. Pero nos sentimos bien, nos sentimos con estas ganas “locas” de escribir con el ojo en el otro y en sus inseguridades que son /al final/capaz/muy tal vez/ las nuestras.

Me considero completamente incapaz de levantar y entablar una conversación con un pibe en el boliche. ¡Puf! Taradeces. No más que puras verdades. Hay que manejar los códigos de chica push-up, que trataré de describirlos aunque son más complejos de lo que pensamos.

Las chicas push-up se cuidan del que dirán. Cruzan las piernas y se sientan a esperar. No pueden estar a solas con un varón. Él es amenaza. Él es la materialidad del engaño. Aunque sin embargo, ellas nunca están solas. Se la pasan mandando mensajes. Mensajean. Tuitean. Guasapean. Megustean. Chatean. Comentan. ¿Cuándo dejamos de mirarle a los ojos al otro?

A las chicas pusch-up no las despachan en un taxi. Ellas no entienden porque se deben retirar de un sitio pasada determinadas horas. Eso es engaño, eso es manchar su reputación. ¿Tomamos el mismo taxi? ¿Te podés retirar?

Las chicas push-up /cuando y sí/ cogen lo hacen con ropa interior a estrenar.  De esta manera, podemos contar el número de cada acto. No se tocan y les da asco tacar al otro. En el micro, en el super, en la calle. No se tocan. En sus casas, en los autos, en las esquinas. No se tocan. Las chicas push-up suelen dejar hirviendo el agua para el mate. Y siempre hay uno que dice: “es que vos nos sos una piba normal como las otras. A vos si te puedo decir que sólo quiero garchar y no me interesa si acabas porque seguro tampoco te importa” ¿Hasta cuándo el goce del otro no forma parte del mío?

Las chicas push-up re-conocen cualquier indescifrable tema del momento. Las chicas push-up siempre quieren un buen bailarín que les zarandee los sueños y las ganas. ¿Porque hay otras que se fijan en los en chicos que no bailan?

Ya en los espacios bailables, la fastidiosa violencia empieza en el ofrecimiento degenerado de un trago aguachento. Nos debería dar asco pero no. Las chicas push-up tengan la edad que tengan, el recorrido que tengan, aceptan si el que ofrece es un buen postor. Lo dejamos a su criterio.
Idiota e inevitablemente, en el esfuerzo por el diálogo con el otro (a pesar de todo lo dicho anteriormente), el sujeto cualquiera con quien se entabla la conversación en estos espacios para el baile, el trago y el pucho, considera que una habla de política cuando en realidad se recurre al sentido común porque se piensa que es un espacio común para la charla. Error, eternamente errada: “Nena porque no hablas como una piba normal. Estos no son lugares para hablar de eso. Sos una aburrida” ¿Por qué nos desubicamos tremendamente de lugares, de textos, de sentidos, de poses, de pasitos de baile?

No importa. Consigo uno y me pongo un pusch-up. Chica puchup tengo que volverme. Siempre quise serlo. Me calzo los lentes de contacto azules y salgo. Escucho: lo que me gustó de esa mina eran sus ojos. Pienso en los zapatos. No me entran, tengo juanetes en los pies. Piso una baldosa floja y me embarro. No me invitan a las fiestas. ¿Sabes qué? Dejá nomás.

Sin más ni más, vamos (des) pretendiendo ser una chica pushup. Olvidate si pensabas otros finales para esta historia. Nos volvemos una de ellos, aunque no nos quede el corpiño.


lunes, 15 de octubre de 2012

Deseo, te corrí de lugar.



Ella dice: No se porqué corrió por ella. No se porque tenía que hacer todo lo que políticamente se supone correcto. No entendí porque al final se casaron si no se querían. Se hubiera ido con la primera mina estándar que se cruce. Justo se cruzó con la incorrecta. Entonces se casaron.

¿Quién de los dos tiene las cosas demasiado claras? O sería ¿quién las tiene más oscuras?  ¿Quién de los dos es más propenso a la caída, al bloqueo, al quiebre, a la duda, al insomnio, a las siestas frustradas, a las noches atadas?
Vos y él. Ella y ella. Él y él. Nosotros (que no tenemos ni modos de definirnos: uniformes, oscuros, ocultos, egoístas, hipócritas, deseosos de terminar)

Vivimos entre inestabilidades. Me mareas entre inestabilidades.
Cruzo las piernas para pensarte. Me recojo el cabello para olvidarte. Escucho tus canciones para escribirte. Vas a mis ghettos para acercarte.
Manejo la situación, me alejo. Apareces entre mis versos. Te busco en otros lados. Te hablo pero me escuchan otros. Me escucha otro. Vos ni siquiera te gastas en hablarme, preferís considerar mi eterno manejo de cualquier ser. Prefiero esconderme detrás de esos versos.

“Solo me iré con vos si me escribís una canción que hablé de mi. De cómo robé tu amor.”
Sigo escuchando tus canciones para pasar de las ideas a las manos, a una caricia debajo de las sábanas de las palabras. Sigo entre el deseo que nos mueve y nos ata en estos días. Nuestro deseo nos encuentra cada lunes, cada martes, cada jueves. Nuestro deseo nos entretiene deseando a otros, nos deja en el aliento que nos debemos.
Me pierde en la postura el deseo, me hace terminar en las estructuras. Y es el deseo por el deseo mismo. El de encontrarnos a nosotros en los besos de otros, en las manos de otros, en su piel. Nosotros entre sus piernas.

Nos movemos en otros paradigmas. Antagónicos. Y es por eso que nos contamos otras historias y entendemos siempre distintos los finales, las tramas, los inicios. Y nos gusta pensarlos al revés, así tal cual como son. Porque el presente, los inicios siempre son los últimos, los más alejados del sentir.

Vos me escuchas, me acompañas en mi soledad. No entendés lo que digo. Eso no importa. Hace mucho no queríamos escuchar nada.

En la película, el que había corrido atrás de ella, luego la despacha en un taxi. ¿Para eso corrimos? ¿Para eso?
Ella me dice: Y para que sepas se casaron porque se querían. Y para que sepas corrió hasta allá porque se querían.
¿Seguimos siendo los restos mal comidos, mal cogidos? Seguimos siendo meros restos porque los restos no entienden de cantidad y calidades. No pasan este tipo de testeos.

Y te sigo pensando atravesado entre mis otros.
Voy a dejar de lado el deseo cuando no te encuentre más en mis discursos. Cuando no seas el destinatario de mis palabras. Cuando deje de medir con varas de soledades ajenas. Cuando deje de correr el deseo de lugar.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Él no tenía quién le escriba






Y sos vos, vos, vos, y sólo vos. Yo tomo nota.
Ese era él sólo para él… y para el resto, era él también. Sigo tomando nota.
Él me hablaba de él, para él, por él, a través de él. Yo seguía tomando nota.
Pero como no soy buena con eso y nunca pude entender mi propia caligrafía es que decidí hablar de él a sus espaldas, apelando a mi memoria y a las suyas (por gusto (en) cargado)

Él no tenía quién le escriba mientras se maravillaba con los colores de la ciudad cuando está más que oscuro que había caído el sol desde hace rato.

Él no tenía quién le escriba pero creía que sólo sus noches merecían ser contadas. Porque  eran solamente en sus noches -las que atravesaban su cuerpo, su mente (y su/s soledad/es)- las que merecían renglones. Sólo eran sus noches las que podían explayarse por hojas y hojas de fabulosas descripciones de señoras/señores y señoritas/señoritos a quienes les robaba (o les robaban) sus noches; y que como fantasmas se les aparecían cuando cerraba los ojos y su cabeza se apoyaba en su almohada de recorte infantil.

Él no tenía quién le escriba y seguía empecinado en sus ojos claros llenos de huecos, en su pose despojada de verdades y repletas del qué dirán, en su pócima para ganar cada batalla, cada letra, cada canción, cada partido, cada encuentro.

Él no tenía quién le escriba mientras no dejaba de mirar las minas que entraban en su ombligo. Se metía el dedo, rasguñaba lo que iba quedando. Se limpiaba y seguía de largo.

Él no tenía quién le escriba y juntaba las moneditas para saber cuánta era su fortuna en discos, en minas, en palabras, en (re) versos, en amigos, en enemigos, en contactos, en anécdotas.

Él no tenía quién le escriba pero estaba casi encauzado en que llegaría el día en que podría sacarse las manos de los bolsillos y señalar a un punto y de la nada, sin hacer esfuerzos ni moverse de más encontraría lo que estaba buscando. Y que lo iría pateando como cualquier latita que uno encuentra en la calle y que a uno le da gana de hacerse el gran jugador, y la patea, y la pisa, y la aleja. Hasta que le iban a agarrar unas ganas terribles de levantar la latita y meterla en el basurero de su corazón. Era simple, él no tenía quién le escriba.

(Y nos daban ganas de hacer (nos) cada vez que decíamos adiós, y cada vez que nos des/encontrábamos. Pero él no tenía quién le escriba)

Él no tenía quién le escriba y su teléfono no paraba de sonar. Y le escribían pero él no leía. Y él leía lo que no entendía, y lo dejaba pasar. Y él hablaba pero no decía. Y cuando decía, lo decía para él, entre las paredes, a lado de las paredes, debajo de las paredes y de las sábanas, susurrando. Pero él decía de sí, solo de sí. Y se mareaba, se maravillaba y repetía historias, y solicitaba que tomemos notas, que nos perdamos en/tre sus victoriosas palabras. Pero él no tenía quién le escriba y se moría de ganas de que alguna vez sus palabras de verdad le pertenezcan.

Me tenía que sentar a escribir por en-cargos porque él no tenía quién le escriba. Desde ahí es que empecé a pensarlo desde este lugar, que no es el mejor lugar que se ocupar - pero es el único de mí para él. Y eso ya tenía demasiado valor entre los dos. Y era así que me tenía que sentar a lado de mis palabras y pensar (te) una vez más. Pero esta vez, tan evidentemente como para ponerme incómoda en mi propia silla.

viernes, 24 de agosto de 2012

Cinco lustros lustré



Y vamos contando y re-contando pedazos de años tirados en el suelo. Arrojados por el piso tal cual esos años que se van para atrás y que se esconden en la última fila o detrás de los más altos para no salir en las fotos.

Y absolutamente nada era como lo pensábamos y eso nos gustaba.
Nos encantaba pensarnos en los años perdidos, en los años contados, en los años bien-venidos. Así es que llegamos a cuartos de siglos con valijas siempre a medio armar porque siempre nos estábamos yendo un poco.
Pero nos vamos –siempre hacia algún lugar- para contar (nos) otros cuentos, los mismos cuentos, no para escapar porque eso es para cobardes y hace rato que ya nos habíamos bajado de ese colectivo.
Y decimos que siempre nos estamos yendo, solamente un poco. Para no ser tan bruscos y para no caernos dormidos en lo que fuimos.

Seguimos dando vueltas, volviendo, partiendo, empezando, arrastrando, arañando. Y me había costado seguramente más de una década del cuarto de siglo que llevo ganado darme cuenta no que sólo siempre estamos solos (eso ya lo sabía desde hace mucho) sino que si siempre estamos solos, todos tenemos esa característica a cuestas. Así es que compartimos esa soledad, y al final de todas las cuentas que podamos hacer, estamos siempre acompañados en esta/s soledad/es.

Siempre fuimos más que dos entre toda la gente. Nos merecemos contarnos y darles espacio a otros actores que se aparecen entre frazadas de dichas y no dichos.  Y por ahí es que fuimos llevando algo de nuestra/s historia/s así como un enamorado arrastra su frazada por el que posee su corazón y me encontré con vos- que deberían ser vo(s)ces, siempre en plural:

Vos: Te pienso entre todas esas canciones que ya no tienen artista, ni trak sino que solamente hablan de nosotros, de esos momentos que fuimos armando en historias nuestras, pasadas de tiempos, falta de oportunidades. Pero el reloj no sigue corriendo entre los dos. Pero atención: si para cada uno de nosotros. Nos aburrimos, nos cansamos, nos bardemos, nos olvidamos, nos recordamos todos los días pensando lo que no fue y lo que no va a ser nunca. Pero esto no era ningún tipo de novedad. Lo sabíamos desde el principio de todo. Esto no era nada. Me retracto: no era historia, solo eran esfuerzos de orgullo derrochados hacia el otro por el mero narcisismo nuestro de cada día. Nos fuimos olvidando cada vez con nuestras defensas bajaban.  

Vos: Y habían sido otros versos, otros días, otros tiempos, otras gentes. Y con los dedos no llegamos a contar lo que fuimos, lo que no somos y lo que mañana vamos a hacer. Y tu presencia en mis días solo será sonrisa. Y tus ojos serán solo luz.

Vos: Y es el poder compartir con el otro. El no necesitar encontrarse porque ya nos hemos cruzado y con eso ya está dicho. No necesito perderme más porque llenas mis días de dichas, de alegrías, de amor. Volcás a mis pasos grandeza que pocas veces se encuentran por estos caminos, y no existe nada más que decir porque siempre pensé que el cotidiano es el que nos define como dignos de amor.

Y lustrando cinco lustros nos seguíamos escapando para no ser nosotros mismos, para no perder la cabeza en las plazas, para no olvidarnos de las ganas.

Y lustrando cinco lustros pensábamos que si los amores para toda la vida duran determinado lapso en el tiempo, ¿cuántos amores para toda la vida nos faltarán por contar?

Y lustrando cinco lustros creíamos que en estos días lo que quedan son las palabras, con eso más que nos sobran los motivos para olvidarnos.

Y lustrando cinco lustros nos habíamos perdido entre tanta cháchara del destino. Nos habíamos ido a bailar con nuestras sombras para no pisarnos los pasos...

Y lustrando cinco lustros reconocimos que si hemos caido, nos ha dolido, quería decir que hemos sentido y eso era vivir.

Y lustrando cinco lustros no nos habíamos arrepentido de nada, solamente de aquellos momentos en que encandilados por la vanidad, habíamos pretendido solamente recordar lo contado, no lo logrado. 

viernes, 13 de julio de 2012

Y tiene un sabor a no se qué




Usted tiene el sabor que me recuerda a esas mañanas donde uno solía hablar de un pasado que era poco y nada, pero siempre era otro.
Usted tiene el sabor de pasados mezclados con proyecciones de uno solo en un mundo de soledades compartidas y ajenas.

Usted tenía el sabor que es mirada y que avasalla los sentidos hasta dejarnos sin aliento. Y usted ni siquiera se da cuenta, hasta que uno de bocanadas se va escapando para no volver a encontrarse perdida. Así fuimos siendo nuevamente otros en otra historia.

Sin más que nada, se muy bien a que sabes. Lo fui descubriendo de a poco, sin necesidad de proponérmelo. Y es mejor quedarse en los recuerdos estos que se vuelven memoria y presente en la añoranza y la saudade.

No quiero dar muchos detalles porque hay que guardar las formas y solemos no entender mucho sobre estas cuestiones. Más frecuentemente yo que siempre me des-ubico con los sentidos y los sentimientos. Atención: no son las mismas cosas aunque a primera vista gente como uno se confunde.

Me fui para encontrarte. Y no se que encontré entre tus ojos. Y no se que encontré entre tus dientes. Pero había hallado algo que hace rato venía buscando. Y al fin en estos días –como se dice en mis pagos- me estaba hallando…

Pero no son tiempos para encontrar (nos). Son tiempos para los des/encuentros porque ellos siempre guardan parte de los misterios, parte de nos-otros. Los guardan para después. Para el después que nos quedamos debiendo.

Es otra historia, había dicho. La nuestra era otra historia desde siempre.
No era una historieta de esas que se van entre las ganas de ser y lo que no estamos dispuestos a dar. Porque acá estábamos dispuestos a dar todo, porque era otra historia, una historia de siempre como te lo había dicho.

Y mientras me olvidas, yo te sueño.
Y es así que empecé a recordarte en esta ciudad que ya es pura espuma. La recorrí para encontrarte una vez más. Siempre te podía ver en los mismos lugares que ayer, pero no me acercaba. Prefería mantenerme lejos. Mantenerte lejos.
Y vos me olvidas, como cualquier simple proceso. Uno recuerda para luego olvidarse. Pero ese olvido se hace memoria en mis días. Y me acerco hasta vos pero solamente en los momentos que pasaron.

Me había querido alejar de esta ciudad para olvidarte. Pero con recursos y herramientas que no caben en ningún lugar -y vos la llevas puestas- me sacaste más de mil sonrisas. No llegué a contarlas todas con las manos de toda la gente que transita por esta ciudad, manos que sólo cierran los puños a la imaginación y las posibilidades.


Y en esas de las últimas veces, recordé: “Los vacíos y silencios que quedan entre nosotros, siempre nos quieren decir algo cuando nos pegamos con la almohada en la cabeza”. La memoria y el olvido van cerrando mis ideas. Las compactan en todo lo que quiero saber que no se ni tengo idea. La memoria y el olvido me van dejando loca.

miércoles, 6 de junio de 2012

Entre construcciones de ayer




Lo uso de excusa a cada momento.
Volver a las palabras me tiene exhausta.
Me tiene encantada.
Volver a los textos me tiene atada (mal atada)
Me tiene atenta, excitada, anonadada, perdida entre lo que puedo llegar a decir de vos, y lo que no existe pero que igualmente me hace feliz.

Y la felicidad es posibilidad porque hemos caído, hemos sentido, hemos fallado. Es decir, hemos andado. De ahí es que la felicidad se nos trasmite en la piel, y la transmitimos al otro.

Y no importa para donde se destine el destino, las líneas, los momentos, las palabras, las nociones. Lo que importa es mantenerme despierta ante tus palabras, que se entrecortan, que no las alcanzo a escuchar, que me dicen poco. Pero dicen, me dicen, te dicen.
Igualmente, estar frente a las páginas que se escriben es eso lo que me fascina.  Y lo único que me interesa.

Y es por eso que te tengo a lado mío. Y es por eso que no me voy de ti… y que no te vas de mí. 
Te invito a que te quedes a dormir entre mis historias, entre construcciones de ayer. Apartas la ropa sucia y los restos de nos-otros mismos y te desplomas.

Mis dedos se movilizan. Ellos quieren alcanzarte. No mis pies, sino mis dedos, mis manos que te exploran en la oscuridad –aunque sean en la oscuridad de las palabras-. 
Mis dedos te investigan, quieren tener registro. De cómo sos al decir, de qué relieves forman parte de vos. También mi nariz te recorre, te indaga, te cuestiona.
Los sentidos se entre/cruzan y ya hasta mis manos te olfatean.

Y perpetuo el momento. No quiero que se me escape.
Y cuando vos te alejes por protocolos re impuestos, tan pasados de moda como pasados los años, yo seguiré entre tus palabras, entre estas líneas.

La soledad es la que nos guía. A los dos, aunque la vivamos y atravesemos de distintas maneras. A vos, la soledad de no querer nunca es figura, sino simple palabra. Para mí, la soledad se sienta en mi mesa, comparte mis sueños y de vez en cuando duerme entre mis piernas. 

Podría ser la mujer de tu vida. Pero no era buena para ti, era solamente buena para mi. La mejor para mi.

Te lo vuelvo a decir. Le/lo escribo para no olvidarlo porque solamente entre estas líneas existe en mí para siempre. Sin nombre, pero existe.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Después contamos los besos



Te conocí en esos momentos cuando ya no solemos contar nada.
Nos habíamos olvidado de las cuentas. Éramos libres y con libreta nueva.

Te había conocido en esos días cuando podía crear colores con mis manos y no sólo frases hechas. Entre esos colores, me había perdido en tus ojos y en cómo sabes decir las cosas, como podés armar las frases.

En esos días en que te conocí yo era una más de un montón que no era mucho y solo era. Vos me llevaste de la mano por un camino de lo que somos. Y volví a creer, volví a confiar. Y volví a empezar.  
Y no volví a mentirme nunca más desde el día en que te conocí.

Pudiste otorgarme ese gustito a los días de la vida desde que te conocí.
Me empecinada en decir que mañana nos podíamos olvidar del otro, que eso no era una tarea difícil; y que durante ese momento eso significaría exactamente lo mismo.
A vos todos mis muros no te interesaban. Me escuchabas paciente, atento, como aún lo haces, enseñándome dónde poder encontrar a la paciencia, la serenidad del alma.

Proyectar días con otro... Eso había empezado a hacer desde que te conocí. Me diste el otro lado de la mochila para continuar y llevarla juntos.
El pasado, el presente y el futuro no tenían porque distinguirse. Ahora era el momento para que siempre sea un presente nuestro, que en definitiva, es siempre lo único que existe.

Me había enamorado ese día que te conocí. No lo supe hasta un tiempo después. Nunca damos todo en la primera vuelta del destino, y por supuesto, ni en la última. Porque es cierto que nunca llegamos a conocernos del todo ninguna vez.

Te conocí como se empiezan a conocer las grandes cosas en esta vida. Sin contarlas desde el comienzo, sin saber que llegarán a ser tan grandes pero con un placer en el día a día que sólo se merecen las grandes cosas.


Desde el primer día en que te conocí decidí que no había porque apresurar los pasos. “Después contamos los besos”, te dije la primera vez que nos despedimos para volvernos a encontrar cada día, cada mañana, en cada paso. Eso dije cuando ya no supe más en que momento no estarías en mi vida y cuando las cuentas con los dedos en las manos dejan de hacerse. 

miércoles, 18 de abril de 2012

Mentiras (in) ciertas: mate amargo




Y ésta era la mentira más cierta de mi vida.
Es desde este vamos por donde quiero empezar.

Si, era mentira cada cosa que te dije. Y era mentira sí que todo era verdad.

Creo que no soles reconocer los por-menores de las situaciones, la claridad del mensaje y lo oscuro de todo lo que queda entre  las palabras.
Creo que no podés mirarme a los ojos y ya no por no querer olvidarme sino porque no querías darte cuenta de los por-mayores.

Te había acomodado en alguna pieza de mi destino. Había limpiado un lugar para vos. El lugar era limpio y ventilado (es que ahí ventilábamos lo poco que era de nos-otros). La pieza tenía buena iluminación para que viéramos cada escena del show.
No era perder tiempo. Para mi eran tiempos para producir. Eso es lo que valoraba de aquellas tardes, de aquellos instantes dónde se daba/n espacio/s para que hablemos mientras que yo (re) buscaba entre líneas alguna frase para volcarla en alguna historia.

Creo que no entendiste que ahí terminaba todo. 
Creo que te ganaba tu necesidad por no estar solo, y me involucrabas -como a tantas otras- para ganarte un espacio en otra pieza.

La noticia me cayó como los primeros mates de la mañana. Primero tan amargos, luego tan deliciosos y placenteros.
Creo que no sabías –como tantas otras cosas que no sabes de mí- que no me gustan los mates lavados. Así fue que la noticia ya es infusión vieja (igual –entre nos- habíamos hablado alguna vez de lo in-cierto de los mates amargos: son los que tienen el mejor sabor)
Pero me gusta escarbar en las cosas que fueron, por eso aún seguís vivo entre mis palabras.

Me hubiera gustado decirte que eras mucho –más- en mis líneas –creo que te lo había dicho-.
Me hubiera gustado aclararte que solo acá existías y que eso era mucho. Eso era vivir para siempre.

martes, 3 de abril de 2012

Lo inútil del discurso en tiempos de porqués


Y aunque cuente otras historias, siempre digo las mismas cosas.
Y te veo y me pierdo como la primera vez que te vi.
Y como la primera vez, que era la primera vez de muchas otras cosas.
Ahora el olvido se transa mi presente, y no logró recordar bien.

Intenté hacerle trampa a mi destino, ese era el nudo del asunto.
Trate de jugarle las mismas cartas buenas de ayer, siempre las mejores. Las otras uno suele olvidárselas.
Pero me di cuenta que no se jugarlas –ya lo sabía pero me resistía a creerlo. No se distinguir las figuras y prefiero no mirar a los costados sí se que te voy a cruzar. Pero siempre mi mirada descuidada me lleva hasta el punto, hasta el grano de la cuestión. Así me encuentro con vos en la pieza de mi destino. Tan poca cosa, tan mío.

¡Voy a revelar todos tus secretos! Vos vas a olvidar los míos…
Vos vas a pensar en mí con cada canción. Yo voy a olvidarme de tus discos.
Yo voy a ser otra para nada distinta del hoy. Las mismas aspiraciones, la misma soledad.
Vos te vas a olvidar de mí cada vez que puedas. Y no va a faltar oportunidad para que te preguntes porqué ella, porque así, para qué a mí. Vas a buscar las soluciones en tus discos que ya no son tuyos, vas a buscar siempre en las mismas canciones de ayer.

Y no puedo sacarte de encima. No aprendo nunca a decir que no.
Y ya no quiero volver a casa, nunca puedo decir que sí.
Y se  que ya no existen canciones que no me lleven hasta a vos.

Ya se que no sos eso que pienso.
Ya se que no sos eso que merezco.
Ya se que no sos eso que espero.
Ya se que no sos eso que deseo.
¡Pero hace tanto que no me reía con la risa del otro!
¡Pero hace tanto que no me perdía en los ojos del otro!
Y me vuelven a decir que no sos lo que pienso/merezco/deseo. Re - pienso: ¿Y si yo no pensaba nada? ¿Y si esperaba menos aún de lo que sos?

Sabía que ibas a arruinar el momento.
Quedaban dos posibilidades:
- O era yo: estaba más que segura.
- O era vos: eso era lo que esperaba.

Me había perdido en tu fealdad, en tus pocas palabras de verdad y en mis grandes mentiras. Nos reíamos de lo inútil del discurso. Nos desesperaba lo inútil del discurso.  Nos reíamos al no querer como se quieren ciertas cosas que no existen: entre dudas y deseos, entre intrigas y leyendas.

Tu boca me dice que no.
Tus manos me dicen que no.
Tu mirada me dice que no.
Tu nariz me dice que no.
Me dicen que no me acerque, que ni me aproxime para luego detenerme.
No era buena para los discursos en públicos, quizá sí para los análisis.

Aunque me equivoque, volví a sentir sin necesidad de verdades.
Eras vos eras vos eras vos…
No importa qué. Pero eras vos…
Y eras vos quien no era ni mentira ni secreto. Y eras vos quien no era ni esperanzas ni mañanas tempranas.

No me perdía entre tus ojos, ni entre tu olor, ni entre tus manos. Me perdía en tu similitud conmigo. Me perdía en tu parecido con él. Quería que seas él que no estaba y que ya no estaría más. Y vos eras él pero sin doler tanto, pero sin faltar tanto, pero sin olvidar tanto. Y eso se podría traducir en una especie de placer para mí.

No me importaba lo que tenías para decir. Sino todo lo que fingías sentir/decir/pensar para llegar hasta mí. Era el centro y eso era lo único que tenía valor para mí.

Tenía un montón de líneas acumuladas.
Yo no entendía nada de nada pero igual me hacía la que entendía.

domingo, 25 de marzo de 2012

La memoria se niega a contestar


Entre paréntesis te encontré.
Abro paréntesis (todo lo que está dentro nos pertenece)
Cierro paréntesis.

¿Punto final?..... ¿Punto final?
Lo que me costaba asimilar era todo lo que quedaba fuera de ese entre paréntesis.

Me pierdo en lo que fue de ti. Ahí adentro estaba, pegándote piñas en la panza, cerca del pecho, en la cabeza. Quería salir, me había cansado de jugar siempre dentro tuyo, siempre adentro apretujada entre tu pasado y tu presente.

Me llama lo que fue de mí. No me apresuré en atender teléfono. No tenía muchas ganas de contestar a las mismas dudas, fantasías y todo lo que no fue del ayer. Sabía que me esperaban siempre los mismos reproches por todo lo que no hice, por todo lo no dije.
 Pero atendí y estabas del otro lado, no decías nada. Solo se escuchaba tu respiración atravesada por los humos del pucho que tragabas y devolvías. Respirabas del otro lado y yo podía sentir tu perfume, yo podías sentir que me respirabas en el hombro y yo me perdía otra vez. Y yo volvía a mentir. Y yo volvía a perderte. Y yo volvía a perderme (sigo aún acá)

Cuelgo. Me alejo hasta del teléfono. Por las dudas. Tengo que hacerlo (para verte de lejos –como siempre estuviste-. Para verme mejor –cada vez más ida, cada vez menos yo de nuevo- Y para vernos mejor, tan distintos, tan nada que ver, tan desubicados- como para no perder la costumbre)

Y cuando me alejo, me vuelvo a encontrar frente al texto. Un texto. Unos textos que tanto miedo y vértigo me dan.
Es para no encontrarte, es para no encontrarnos, es para no perdernos.

Escucho que vuelve a llamar el teléfono.
La memoria se niega a contestar.
Escucho que suena el teléfono, una, dos, tres veces.
No contesto, prefiero irte a buscar.

jueves, 16 de febrero de 2012

Ella: Nada serio, nada sería…




 Y era a ella a quien quería sacar de mis días. Aclaro que eran días porque de destino no me permito hablar. Ella quizá era más que eso. Ella no era nada serio, ella no sería nada pero ella era en fin. Ella era.

Y me perdía en el tiempo con ella. Quería no hacerlo pero a ella le gustaba quedarse atrapada por horas y no me gustaba perderle el ritmo.
No era ella quien ocupaba mis noches. Ella era algo así como tiempos para perder, tiempos en los que antes me ganaba el aburrimiento. Yo le decía que no me aburría (aunque sí me aburría su insistencia para que cumpla todos sus caprichos)

Quería que le mienta, era lo único que me pedía. Era algo que debíamos hacer para que todo siga existiendo entre nosotros. Sin las mentiras diarias lo nuestro no podía ser, dejaría de existir en segundos.

La deseaba como se desean las pequeñas cosas, en silencio, sin mirarla, sólo la imaginaba. La deseaba solamente como una pequeña cosa en mi vida, que podía no estar y no lograba sobresaltarme por su ausencia. Pero por lo contrario, cuando ahí estaba me perdía en su manía por decir cosas tontas.

Me había enamorado su soledad. ¿Dije enamorado? Estoy comenzando a mentir, pero no importa. Me había enamorado su soledad de mentiras, y de mentiras entonces me había enamorado de ella.

Pasó el tiempo y como es nuestra costumbre, siempre se nos olvidan los comienzos. El nuestro –el mío con ella- siempre era un comienzo de promesas, de anhelos, de deseos, pero en un breve lapso se convertía en un final repleto de encuentros que no pudimos concretar, de promesas que sólo nos traían dolor de cabeza, de besos en narices de mentiras.

“Hubiera dado más de lo que te imaginás por recuperar todas esas palabras que nos dijimos alguna vez”, me dijo. Ella solía decirme esas cosas para atraparme, para no perderme cuando veía que eran grandes las metas que me proponía y ella -como pequeño deseo- se iba esfumando de mis días.
Yo hubiera dado más de lo que puedo llegar a creer por sentirla alguna vez verdaderamente mía. Aunque sea en sueños. Claro, si la hubiera tenido soñando conmigo. No desperdicio noches en distancias inútiles.
Era la primera vez que me pasaba. Y estoy más que seguro que será la última. Con el paso del tiempo vamos acortando los tiempos para perder. Es que la vida no te los permite demasiado. Me arriesgué a perder mi tiempo con ella. Y me hubiera arriesgado a perder todo lo que me quedaba de tiempo si yo no hubiera sido yo y ella no hubiera sido ella.

Me gustaría describirla para poder recortar los marcos de los cuales estoy hablando:
Ella era rebuscadamente franca, hasta muchas veces, muy tonta en su franqueza. Podía haberla herido mil veces, pero solo jugué unas pocas veces esas cartas. Tenía miedo a perderla si la lastimaba, y eso quizá me hubiera acortado mis días a su lado. No quería arriesgarme por tan poco. Así era que ella tenía una sinceridad que muchas veces daba asco.
Ella tenía una sonrisa atrapante que nunca llegué a conocer muy bien.
Ella tenía una rara forma de hacerme reír, de no aburrirme con los discursitos de siempre. No sabía con qué me iba a atrapar esta vez pero sabía que el entretenimiento me pedía cada vez más y era más difícil mantenerme atento.
Ella tenía una extraña manera de aparecer en el momento justo. Quizá porque para mí siempre era un momento justo si ella aparecía.
Y fueron estas tontas descripciones y mi maña por hacer de todo para que sea de alguna manera real para mí y por los modos en que me encontraba con ella. 
Yo hablaba sin parar, fumaba otro tanto para no mirarla a los ojos. Prefería tenerla en mi cabeza que verla hacer alguna mueca que arruine su encanto. Ella hablaba poco, menos de lo que imaginaba, pero decía esas cosas que quería escuchar pero que no esperaba.
Ella me decía que escribía sobre mí. Jamás leí nada. Siempre eran mis líneas desgastadas las que se querían acercar.

Me había dicho que ese día pretendía lo mismo que yo. Creo que había balbuceado en la oscuridad de nuestras palabras que sentía algo con nuestra soledad.

Dejo de hablar de ella que es sólo una y existen tantas otras.
Dejo de hablar de ella que tantas noches pretendió quedarse a dormir en mi cabeza. Jamás invito a dormir, no me gusta despertar sin extrañas.

viernes, 10 de febrero de 2012

Dónde se ocultan las siestas



Y me esfuerzo en reforzar que soy pura farsa.
Y te espero como cualquiera espera.
Y me siento a esperarte
Mientras te pienso y te imagino llegar

¿Cuánto perdemos si no llegamos?

Así es que ando perdida entre la siesta de mi destino que me invita a dormirte, que me incita a dormirme entre todo lo que no se de vos y todo lo que pretendo decir que re-conozco.
Te encontré y te perdí entre (medios) de esos papeles. Los había tirado hace tiempo. No me había dado cuenta, pero en cada momento recurro hasta vos, hasta vos que no sos – pero que construye paredes sin bases (las paredes son para cubrirnos porque por fuera de ellas no llegamos a ser nada).

Después de un tiempo las palabras se las lleva el viento, había escuchado por ahí o lo había leído en el diario. Ya eran muchas las mentiras por esos días. Entonces me tragué dos mentitas y seguí por lo que solemos llamar camino.

En una de esas siestas donde a los calores le gustan apretar –y a las personas también- me gusta recordar que “las siestas son para los amantes”. Eso sí que lo había escuchado en la radio.

Así, en esas idas y no venidas nos cruzamos. Como siempre no sabías si era de mañana o de noche y me aseguraste: “Hay mañanas que no se van con el tiempo -te lo aseguro- y vos tendrás unas cuantas”.
En un cálculo apresurado me puse a contar cuántas mañanas había desperdiciado. Eran demasiadas, pero me gusta pensar que nada está perdido.
Mientras yo sumaba con los dedos, él se fue y sentenció “Y con esto, me voy porque esta noche nunca existió”.
Me había perdido en los números que nunca quieren existir, me había perdido en el tiempo perdido. Y todo era por inútiles sumas y multiplicaciones de situaciones truncas.
Me dije: ¡No podemos desaprovechar estos últimos sueños!

Nos fuimos. No nos vamos a preocupar por los detalles. Ellos muchas veces sólo arruinan los cuentos y las mentiras más perfectas.

Él - No tengo amantes
Ella - No me gusta esa palabra.

Ella - No tengo siestas.
Él - No sabe de lo que se pierde.