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jueves, 29 de noviembre de 2012

Chica pusch-up


Y entreverada por lugares que nada tienen que ver con nada, te das cuenta que ya estás aún en otro lado cuando tu ropa “de boliche” no varía de tu atuendo social cotidiano. Y no hay push-up que te entre ni tanguita que tengas ganas de sufrir. De eso no queda nada, y el resto está más bien a la vista. Pero nos sentimos bien, nos sentimos con estas ganas “locas” de escribir con el ojo en el otro y en sus inseguridades que son /al final/capaz/muy tal vez/ las nuestras.

Me considero completamente incapaz de levantar y entablar una conversación con un pibe en el boliche. ¡Puf! Taradeces. No más que puras verdades. Hay que manejar los códigos de chica push-up, que trataré de describirlos aunque son más complejos de lo que pensamos.

Las chicas push-up se cuidan del que dirán. Cruzan las piernas y se sientan a esperar. No pueden estar a solas con un varón. Él es amenaza. Él es la materialidad del engaño. Aunque sin embargo, ellas nunca están solas. Se la pasan mandando mensajes. Mensajean. Tuitean. Guasapean. Megustean. Chatean. Comentan. ¿Cuándo dejamos de mirarle a los ojos al otro?

A las chicas pusch-up no las despachan en un taxi. Ellas no entienden porque se deben retirar de un sitio pasada determinadas horas. Eso es engaño, eso es manchar su reputación. ¿Tomamos el mismo taxi? ¿Te podés retirar?

Las chicas push-up /cuando y sí/ cogen lo hacen con ropa interior a estrenar.  De esta manera, podemos contar el número de cada acto. No se tocan y les da asco tacar al otro. En el micro, en el super, en la calle. No se tocan. En sus casas, en los autos, en las esquinas. No se tocan. Las chicas push-up suelen dejar hirviendo el agua para el mate. Y siempre hay uno que dice: “es que vos nos sos una piba normal como las otras. A vos si te puedo decir que sólo quiero garchar y no me interesa si acabas porque seguro tampoco te importa” ¿Hasta cuándo el goce del otro no forma parte del mío?

Las chicas push-up re-conocen cualquier indescifrable tema del momento. Las chicas push-up siempre quieren un buen bailarín que les zarandee los sueños y las ganas. ¿Porque hay otras que se fijan en los en chicos que no bailan?

Ya en los espacios bailables, la fastidiosa violencia empieza en el ofrecimiento degenerado de un trago aguachento. Nos debería dar asco pero no. Las chicas push-up tengan la edad que tengan, el recorrido que tengan, aceptan si el que ofrece es un buen postor. Lo dejamos a su criterio.
Idiota e inevitablemente, en el esfuerzo por el diálogo con el otro (a pesar de todo lo dicho anteriormente), el sujeto cualquiera con quien se entabla la conversación en estos espacios para el baile, el trago y el pucho, considera que una habla de política cuando en realidad se recurre al sentido común porque se piensa que es un espacio común para la charla. Error, eternamente errada: “Nena porque no hablas como una piba normal. Estos no son lugares para hablar de eso. Sos una aburrida” ¿Por qué nos desubicamos tremendamente de lugares, de textos, de sentidos, de poses, de pasitos de baile?

No importa. Consigo uno y me pongo un pusch-up. Chica puchup tengo que volverme. Siempre quise serlo. Me calzo los lentes de contacto azules y salgo. Escucho: lo que me gustó de esa mina eran sus ojos. Pienso en los zapatos. No me entran, tengo juanetes en los pies. Piso una baldosa floja y me embarro. No me invitan a las fiestas. ¿Sabes qué? Dejá nomás.

Sin más ni más, vamos (des) pretendiendo ser una chica pushup. Olvidate si pensabas otros finales para esta historia. Nos volvemos una de ellos, aunque no nos quede el corpiño.


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