Y era a ella a quien quería sacar de mis días.
Aclaro que eran días porque de destino no me permito hablar. Ella quizá era más
que eso. Ella no era nada serio, ella no sería nada pero ella era en fin. Ella era.
Y me perdía en el tiempo con
ella. Quería no hacerlo pero a ella le gustaba quedarse atrapada por horas y no
me gustaba perderle el ritmo.
No era ella quien ocupaba mis
noches. Ella era algo así como tiempos para perder, tiempos en los que antes me
ganaba el aburrimiento. Yo le decía que no me aburría (aunque sí me aburría su insistencia
para que cumpla todos sus caprichos)
Quería que le mienta, era lo
único que me pedía. Era algo que debíamos hacer para que todo siga existiendo
entre nosotros. Sin las mentiras diarias lo nuestro no podía ser, dejaría de
existir en segundos.
La deseaba como se desean las
pequeñas cosas, en silencio, sin mirarla, sólo la imaginaba. La deseaba
solamente como una pequeña cosa en mi vida, que podía no estar y no lograba
sobresaltarme por su ausencia. Pero por lo contrario, cuando ahí estaba me
perdía en su manía por decir cosas tontas.
Me había enamorado su soledad. ¿Dije
enamorado? Estoy comenzando a mentir, pero no importa. Me había enamorado su
soledad de mentiras, y de mentiras entonces me había enamorado de ella.
Pasó el tiempo y como es
nuestra costumbre, siempre se nos olvidan los comienzos. El nuestro –el mío con
ella- siempre era un comienzo de promesas, de anhelos, de deseos, pero en un breve
lapso se convertía en un final repleto de encuentros que no pudimos concretar,
de promesas que sólo nos traían dolor de cabeza, de besos en narices de
mentiras.
“Hubiera dado más de lo que te
imaginás por recuperar todas esas palabras que nos dijimos alguna vez”, me dijo.
Ella solía decirme esas cosas para atraparme, para no perderme cuando veía que
eran grandes las metas que me proponía y ella -como pequeño deseo- se iba
esfumando de mis días.
Yo hubiera dado más de lo que
puedo llegar a creer por sentirla alguna vez verdaderamente mía. Aunque sea en
sueños. Claro, si la hubiera tenido soñando conmigo. No desperdicio noches en
distancias inútiles.
Era la primera vez que me
pasaba. Y estoy más que seguro que será la última. Con el paso del tiempo vamos
acortando los tiempos para perder. Es que la vida no te los permite demasiado.
Me arriesgué a perder mi tiempo con ella. Y me hubiera arriesgado a perder todo
lo que me quedaba de tiempo si yo no hubiera sido yo y ella no hubiera sido
ella.
Me gustaría describirla para
poder recortar los marcos de los cuales estoy hablando:
Ella era rebuscadamente franca,
hasta muchas veces, muy tonta en su franqueza. Podía haberla herido mil veces,
pero solo jugué unas pocas veces esas cartas. Tenía miedo a perderla si la
lastimaba, y eso quizá me hubiera acortado mis días a su lado. No quería
arriesgarme por tan poco. Así era que ella tenía una sinceridad que muchas
veces daba asco.
Ella tenía una sonrisa
atrapante que nunca llegué a conocer muy bien.
Ella tenía una rara forma de
hacerme reír, de no aburrirme con los discursitos de siempre. No sabía con qué
me iba a atrapar esta vez pero sabía que el entretenimiento me pedía cada vez
más y era más difícil mantenerme atento.
Ella tenía una extraña manera
de aparecer en el momento justo. Quizá porque para mí siempre era un momento
justo si ella aparecía.
Y fueron estas tontas
descripciones y mi maña por hacer de todo para que sea de alguna manera real
para mí y por los modos en que me encontraba con ella.
Yo hablaba sin parar, fumaba
otro tanto para no mirarla a los ojos. Prefería tenerla en mi cabeza que verla
hacer alguna mueca que arruine su encanto. Ella hablaba poco, menos de lo que
imaginaba, pero decía esas cosas que quería escuchar pero que no esperaba.
Ella me decía que escribía
sobre mí. Jamás leí nada. Siempre eran mis líneas desgastadas las que se
querían acercar.
Me había dicho que ese día
pretendía lo mismo que yo. Creo que había balbuceado en la oscuridad de
nuestras palabras que sentía algo con nuestra soledad.
Dejo de hablar de ella que es
sólo una y existen tantas otras.
Dejo de hablar de ella que
tantas noches pretendió quedarse a dormir en mi cabeza. Jamás invito a dormir,
no me gusta despertar sin extrañas.