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jueves, 16 de febrero de 2012

Ella: Nada serio, nada sería…




 Y era a ella a quien quería sacar de mis días. Aclaro que eran días porque de destino no me permito hablar. Ella quizá era más que eso. Ella no era nada serio, ella no sería nada pero ella era en fin. Ella era.

Y me perdía en el tiempo con ella. Quería no hacerlo pero a ella le gustaba quedarse atrapada por horas y no me gustaba perderle el ritmo.
No era ella quien ocupaba mis noches. Ella era algo así como tiempos para perder, tiempos en los que antes me ganaba el aburrimiento. Yo le decía que no me aburría (aunque sí me aburría su insistencia para que cumpla todos sus caprichos)

Quería que le mienta, era lo único que me pedía. Era algo que debíamos hacer para que todo siga existiendo entre nosotros. Sin las mentiras diarias lo nuestro no podía ser, dejaría de existir en segundos.

La deseaba como se desean las pequeñas cosas, en silencio, sin mirarla, sólo la imaginaba. La deseaba solamente como una pequeña cosa en mi vida, que podía no estar y no lograba sobresaltarme por su ausencia. Pero por lo contrario, cuando ahí estaba me perdía en su manía por decir cosas tontas.

Me había enamorado su soledad. ¿Dije enamorado? Estoy comenzando a mentir, pero no importa. Me había enamorado su soledad de mentiras, y de mentiras entonces me había enamorado de ella.

Pasó el tiempo y como es nuestra costumbre, siempre se nos olvidan los comienzos. El nuestro –el mío con ella- siempre era un comienzo de promesas, de anhelos, de deseos, pero en un breve lapso se convertía en un final repleto de encuentros que no pudimos concretar, de promesas que sólo nos traían dolor de cabeza, de besos en narices de mentiras.

“Hubiera dado más de lo que te imaginás por recuperar todas esas palabras que nos dijimos alguna vez”, me dijo. Ella solía decirme esas cosas para atraparme, para no perderme cuando veía que eran grandes las metas que me proponía y ella -como pequeño deseo- se iba esfumando de mis días.
Yo hubiera dado más de lo que puedo llegar a creer por sentirla alguna vez verdaderamente mía. Aunque sea en sueños. Claro, si la hubiera tenido soñando conmigo. No desperdicio noches en distancias inútiles.
Era la primera vez que me pasaba. Y estoy más que seguro que será la última. Con el paso del tiempo vamos acortando los tiempos para perder. Es que la vida no te los permite demasiado. Me arriesgué a perder mi tiempo con ella. Y me hubiera arriesgado a perder todo lo que me quedaba de tiempo si yo no hubiera sido yo y ella no hubiera sido ella.

Me gustaría describirla para poder recortar los marcos de los cuales estoy hablando:
Ella era rebuscadamente franca, hasta muchas veces, muy tonta en su franqueza. Podía haberla herido mil veces, pero solo jugué unas pocas veces esas cartas. Tenía miedo a perderla si la lastimaba, y eso quizá me hubiera acortado mis días a su lado. No quería arriesgarme por tan poco. Así era que ella tenía una sinceridad que muchas veces daba asco.
Ella tenía una sonrisa atrapante que nunca llegué a conocer muy bien.
Ella tenía una rara forma de hacerme reír, de no aburrirme con los discursitos de siempre. No sabía con qué me iba a atrapar esta vez pero sabía que el entretenimiento me pedía cada vez más y era más difícil mantenerme atento.
Ella tenía una extraña manera de aparecer en el momento justo. Quizá porque para mí siempre era un momento justo si ella aparecía.
Y fueron estas tontas descripciones y mi maña por hacer de todo para que sea de alguna manera real para mí y por los modos en que me encontraba con ella. 
Yo hablaba sin parar, fumaba otro tanto para no mirarla a los ojos. Prefería tenerla en mi cabeza que verla hacer alguna mueca que arruine su encanto. Ella hablaba poco, menos de lo que imaginaba, pero decía esas cosas que quería escuchar pero que no esperaba.
Ella me decía que escribía sobre mí. Jamás leí nada. Siempre eran mis líneas desgastadas las que se querían acercar.

Me había dicho que ese día pretendía lo mismo que yo. Creo que había balbuceado en la oscuridad de nuestras palabras que sentía algo con nuestra soledad.

Dejo de hablar de ella que es sólo una y existen tantas otras.
Dejo de hablar de ella que tantas noches pretendió quedarse a dormir en mi cabeza. Jamás invito a dormir, no me gusta despertar sin extrañas.

viernes, 10 de febrero de 2012

Dónde se ocultan las siestas



Y me esfuerzo en reforzar que soy pura farsa.
Y te espero como cualquiera espera.
Y me siento a esperarte
Mientras te pienso y te imagino llegar

¿Cuánto perdemos si no llegamos?

Así es que ando perdida entre la siesta de mi destino que me invita a dormirte, que me incita a dormirme entre todo lo que no se de vos y todo lo que pretendo decir que re-conozco.
Te encontré y te perdí entre (medios) de esos papeles. Los había tirado hace tiempo. No me había dado cuenta, pero en cada momento recurro hasta vos, hasta vos que no sos – pero que construye paredes sin bases (las paredes son para cubrirnos porque por fuera de ellas no llegamos a ser nada).

Después de un tiempo las palabras se las lleva el viento, había escuchado por ahí o lo había leído en el diario. Ya eran muchas las mentiras por esos días. Entonces me tragué dos mentitas y seguí por lo que solemos llamar camino.

En una de esas siestas donde a los calores le gustan apretar –y a las personas también- me gusta recordar que “las siestas son para los amantes”. Eso sí que lo había escuchado en la radio.

Así, en esas idas y no venidas nos cruzamos. Como siempre no sabías si era de mañana o de noche y me aseguraste: “Hay mañanas que no se van con el tiempo -te lo aseguro- y vos tendrás unas cuantas”.
En un cálculo apresurado me puse a contar cuántas mañanas había desperdiciado. Eran demasiadas, pero me gusta pensar que nada está perdido.
Mientras yo sumaba con los dedos, él se fue y sentenció “Y con esto, me voy porque esta noche nunca existió”.
Me había perdido en los números que nunca quieren existir, me había perdido en el tiempo perdido. Y todo era por inútiles sumas y multiplicaciones de situaciones truncas.
Me dije: ¡No podemos desaprovechar estos últimos sueños!

Nos fuimos. No nos vamos a preocupar por los detalles. Ellos muchas veces sólo arruinan los cuentos y las mentiras más perfectas.

Él - No tengo amantes
Ella - No me gusta esa palabra.

Ella - No tengo siestas.
Él - No sabe de lo que se pierde.