Éste fue un comentario que escuché por los pasillos de la facultad. A quién o a quiénes se referían no importa, es lo mismo. Lo que me chocó de la frase fueron esas palabras que solemos usar sin ponernos a pensar qué significan, a qué lugar de la historia corresponden o qué procesos se ven involucrados.
Las escuchamos en todos lados y de distintas formas: “van en contra de la modernidad, del progreso”, “todo cambio siempre es en pos del bien”, “le debemos mucho”, etc., etc. Y no solamente toman forma de frases, sino de palabras que machucan lo que somos por fuera y por dentro: países sub-desarrollados, del tercer mundo, en vías de desarrollo, pobres, indios… ¿civilización versus barbarie?
A partir de esto, surgen en mí preguntas que espero nos lleven a nuevas frases y conceptos, más acordes a lo que somos…
¿Progresar hacia dónde?
¿Modernidad con respecto a qué?
¿Quiénes ejecutan y son responsables de los cambios?
¿Quiénes ponen los nombres a la historia, a la vida, a lo nuestro?
¿Quiénes son los encargados de sacar las cuentas de lo que supuestamente debemos?
Al oír estas frases ellas me remontan hacia Otros tiempos, hace alrededor de quinientos años atrás (un poco más, algo menos), y se me agita el pecho. Dentro de mí se va acumulando la bronca y el dolor y las preguntas no se acaban…
¿No eran esas mismas frases las que se escuchaban en boca de los “recién llegados” refiriéndose a las comunidades originarias que se resistían a abandonar lo suyo por algo que no comprendían porque nada tenían que ver con ellos, con su historia?
En pos del desarrollo, la modernidad y la civilización se dieron: apropiaciones (y exportaciones) de los recursos naturales y minerales de América Latina llevados en grandes barcos a Otras lejanas orillas, la esclavitud igual a mano de obra baratísima que enriqueció y enriquece a esos países autodenominados del “Primer Mundo”, ciclos productivos que dejaban improductivos a nuestro suelo (cacao, banana, algodón, caña, son algunos ejemplos), instalación de empresas multinacionales que nos “acercan” la modernidad y el progreso a un precio muy alto (ferrocarriles, automóviles, petroleras). La lista podría continuar, son unos cuantos cientos de años de historia. (*)
Pero hoy seguimos utilizando las mismas frases, y lo hacemos como un acto automático de nuestro lenguaje cotidiano. ¿Qué lugar ocupa la crítica y la reflexión?
Ya no importa que la historia universal nos trate como los de atrás y que haya olvidado la historia de esta tierra hasta que tres carabelas (¿calaveras?) pisaron estos suelos. Pero lo que sí nos debería importar es que nosotros nos sumemos a esos discursos sin pensar en lo que implican.
¿Discriminarnos a nosotros mismos?
¿Cuándo sería el tiempo de cuestionarnos sobre la historia que Otros construyeron para nosotros, y cuando sería el tiempo para que demos cuenta de nuestra propia historia?
Dentro de este espacio considero a las palabras como tesoros al final del arcoiris. Las palabras no son inocentes, son discursos valuados en peso/oro que nos definen como personas, como comunidad. Hablan de la historia que nunca es “universal” sino que son Historias (en plural) diversas, distintas, contadas por voces que muchas veces se contradicen y que nunca siguen una sola línea cronológica.
No me gustan los extremistas, no quisiera ser uno de ellos. Por este motivo, rescato que cada uno de nosotros tiene su propia forma de pensar que habla de su historia, su experiencia. Pero lo que no podemos dejar pasar, pese a estas circunstancias, es al tiempo de la crítica, la reflexión sobre los procesos que llevan encubiertos a esas frases para nada simples e ilusas.
Es necesario que hablemos desde nuestro lugar, ya no creo futuro sino muy presente en lo que hacemos, de comunicadores y pensadores de los discursos sociales para no quedarnos con cuentos viejos, ya pasados de moda y de historia.
¿No es tiempo de re pensar y hacer de esos discursos, discursos sociales verdaderamente responsables?
Quizás “le debamos mucho”…
Pero nunca olvidemos que “ellos nos deben mucho más”…
(*) Quien lo dice mucho mejor (una fuente riquísima a través de los años desde su publicación) es Eduardo Galeano en “Las Venas Abiertas de América Latina”.